El Estado, que en este país es el motor de la modernización, se ha convertido en su principal freno
El proyecto de ley con el que Manuel Valls ha comprometido la responsabilidad de su Gobierno ante el Parlamento se reduce a mucho ruido político, a una oleada de actos violentos en las calles y a unos nulos efectos económicos. Después de una revisión de la Constitución marcada por los atentados de noviembre de 2015 y que nacería muerta, Valls simboliza el naufragio del quinquenio de François Hollande y la incapacidad de Francia para reformarse.
Tras esta nueva ocasión fallida para modernizar el mercado laboral, Francia no creará los empleos que permitirían resolver la anomalía de un paro masivo que afecta a 5,7 millones de personas. El desempleo podría incluso aumentar si los contratos temporales fueran gravados con una sobretasa. Por otra parte, los desordenes se han generalizado en un país que, no obstante, está en estado de emergencia como consecuencia de la intensidad de la amenaza terrorista.
Lejos de mejorar, Francia se precipita hacia la quiebra. Sin embargo, sigue contando con bazas muy importantes. Y los remedios a sus males son perfectamente conocidos: recuperación de los márgenes de las empresas para reactivar la innovación, flexibilidad laboral, reforma del sistema educativo, recorte de los 5,64 millones de funcionarios y de un gasto público que representa el 57,5 % del PIB, reinversión en las funciones soberanas para restablecer la paz civil. Pero Francia sigue siendo el único gran país desarrollado que no ha puesto en marcha ninguna reforma seria de su modelo económico y social. Y esto pese a que la Quinta República fue concebida para gestionar las crisis. Y esto pese a que los franceses son mayoritariamente partidarios del cambio. Las democracias son regímenes conservadores por naturaleza. Las mentalidades suelen evolucionar más lentamente que las estructuras, que se transforman más lentamente que la economía o las tecnologías. Las reformas no son fáciles, como ha quedado demostrado en España e Irlanda, donde la recuperación económica ha venido acompañada por un auge del populismo y por el bloqueo de las instituciones.
Sin embargo, Francia manifiesta una particular dificultad para tomar en cuenta los cambios del capitalismo y la geopolítica. Las razones son históricas y políticas: la herencia de la Revolución Francesa que basa la libertad en un diálogo directo entre el Estado y el ciudadano; el carácter autoritario y centralizado de las instituciones; la fusión de la clase política con la alta administración. En resumen, el Estado, que en Francia es el motor de la modernización, se ha convertido en su principal freno.
Las elecciones presidenciales de 2017 constituyen la última oportunidad para reformar el país de manera democrática antes de que caiga en la violencia y el extremismo. Las fuerzas políticas abordan los comicios bajo el signo de la fragmentación y la falta de preparación.
Si bien cada nación debe modernizarse en función de su propia historia e idiosincrasia, es posible extraer algunos grandes principios generales. Romper con la resistencia para esclarecer la verdadera situación del país y obtener un mandato claro de los electores. Situar la recuperación bajo el signo de una visión de futuro que no puede reducirse a un catálogo de medidas. Desterrar las posturas y las lógicas clientelistas para reunir a los ciudadanos en torno a una estrategia de modernización. Movilizar a las fuerzas económicas y sociales, así como a los territorios, para eludir el bloqueo del Estado central. Desplegar una pedagogía activa de la reforma entre los ciudadanos y dar cuenta regularmente de los resultados. Preparar metódicamente el contenido y el calendario de la acción gubernamental.
Pierre Mendes France recordaba que “gobernar es elegir, por difíciles que sean las elecciones”. En 2017, Francia debe elegir la reforma contra la tentación de la revolución, que ahora ha basculado hacia la extrema derecha. La agenda 2022 debe situarse bajo el signo de una refundación del modelo francés, indisociable de una renovación de los modos de gobierno y de la clase política.
Nicolas Baverez es historiador.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
Cette chronique est publiée simultanément
par sept quotidiens européens